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Crónica Transgrancanaria


Así vivió Miguel la Transgrancanaria:

"La carrera más dura que he hecho hasta ahora, sin duda"



Llegamos el viernes por la tarde a Las Palmas y no nos costó acostumbrarnos al clima. De los -3ºC que marcaban los termómetros a primera hora cuando salimos de Vitoria, pasamos a los 22ºC y la manga corta al salir del avión.

 

Después de comer para recargar las pilas y el hígado de glucógeno fuimos por el paseo marítimo hacia la zona de concentración de la carrera, donde estaban montadas las carpas de los fisioterapeutas, el restaurante, el hinchable de meta con los cronos para las categorías, los podios y las tiendas para poder comprar todo lo que cualquiera pueda necesitar en algún momento de la carrera: Desde el último modelo de zapatillas hasta geles y barritas de todos los tipos, formatos, colores y sabores. Muy buen ambiente, el típico previo de las carreras donde se respira algo de nervios y muchas ganas de empezar. Pero ante todo buen rollo. Aún faltaban muchas horas para la salida.

 

 

Al día siguiente nos esperaba un madrugón. Las “guaguas” salían a las 7:45 hacia el camping de Garañón (una de las zonas más altas de la isla) en medio de un bosque muy bonito con cabañas de madera al estilo campamento de película desde el que se veía el “Roque Nublo” (un pedrusco muy característico de la zona) y El Teide (con unos cuantos kilómetros de mar de por medio) por encima de las nubes. Tardamos más de hora y media en subir por las carreteras de montaña con sus curvas y cuestas dignas de un puerto de 1ª que te ya daban una idea de la dureza de la prueba. Parecía imposible que dos autobuses pudieran pasar si se encontraban en una curva, pero esto me enseñó a no subestimar a los conductores canarios. Después de un par de maniobras, arreglado. Bajar aquello corriendo después iba a suponer un enorme esfuerzo y unas señoras sobrecargas de cuádriceps y tíbiales. Si el terreno lo permitía, el descenso sería muy rápido.

 

Faltaban pocos minutos para la salida. Era el momento de aligerar peso y hacer los últimos “pises de los nervios previos a la carrera” (o lo que cada uno necesitara). Nos acercábamos a la línea de salida y sonaban los Black Eyed Peas a toda pastilla por los altavoces. Allí estábamos saltando 600 personas con nuestras mochilas con todo lo necesario para la prueba. El reglamento era claro. Teníamos que llevar un depósito de al menos 2 litros de capacidad, el móvil cargado y con saldo, chubasquero, manta térmica, comida para afrontar la prueba, frontal y luz trasera y baterías de recambio. La presentadora del tiempo de Antena 3 estaba allí y nos dijo “va a hacer muy buen tiempo: Sol y 22ºC”. Lo bueno es que no necesitaríamos el chubasquero. Aunque si la hubiera oído alguno que conozco, habría dicho que no tiene ni idea de qué es buen tiempo para correr, ¡Eso es un infierno! ¡Qué sabrán los presentadores del tiempo! No son corredores y no nos entienden... Buen tiempo para correr es no más de 10ºC. Todo lo que pase de ahí, sobra!

 

Y el maratón de montaña arrancaba! Los primeros 27 km fueron un sube-baja cresteando por un bosque de alta montaña entre los 1700 y 1000m con pendientes muy fuertes. Seguramente haya ya en la web algunas fotos muy bonitas. Esta parte fue la que más me gustó con diferencia: Bajadas rapidísimas, a tumba abierta, adelantando y siendo adelantado según el tipo de terreno, el GPS me avisó en dos ocasiones de que me había salido del recorrido y que debía haber tomado un desvío, más otras dos veces que me avisó gente que andaba por allí. Pasamos por el primer avituallamiento en un pueblo llamado Teror. Control de tiempo, plátano, trago de agua y a seguir. A la salida del pueblo había una charanga de carnaval con bailes latinos. El ambiente era genial. La gente nos animaba como en la llegada de la carrera más popular. Seguíamos bajando hacia el nivel del mar y el paisaje empezaba a ser cada vez más seco y desértico. Ya no pasábamos por pueblos, más bien parecían poblados o asentamientos con casas pequeñas, algunas un poco cutres y zonas un poco dejadas, la verdad. Parecía de peli de Tarantino. Las calles eran senderos de tierra, polvo y arena y había cascotes y escombros tirados en muchos sitios. El calor empezaba ya a apretar en serio y alcanzábamos a los corredores/caminantes más rezagados de la prueba de 24km. Desde ahí hasta el final de la carrera fue un continuo pasar grupos: Gente que iba a andar, minusválidos en sillas de ruedas especiales, ciegos que iban cogidos de una barra acompañados de dos guías, participantes de todo tipo. Lo complicado era adelantar sin estorbar y sin ser estorbado en zonas donde sólo se podía ir en fila india.

 

  

 

Ya quedaba menos, sólo 12km. Ahí empezó el auténtico sufrimiento y lo que me pareció más duro de la carrera con diferencia cuando ya parecía que “estaba casi todo hecho”. Pasamos por el cauce seco de un río en un cañón entre dos barrancos. El camino era un auténtico pedregal por el que correr era prácticamente imposible y te jugabas un esguince de tobillo a la más mínima que te obligaría a abandonar. Así durante más de 7 km. Los tobillos se me empezaron a sobrecargar y, de pisar en terreno malo, también las piernas. No me quedaba ninguna parte de cintura para abajo en buenas condiciones. La gente ya no corría y yo tampoco. Pensaba que me empezarían a pasar corredores como balas, pero sorprendentemente no. Imaginé que estaríamos todos igual de fastidiados (y así fue cuando comentamos la carrera después). Ya sin agua, dolorido, con mucho calor y subiendo unas cuantas cuestas que todavía nos quedaban, no veía el momento de llegar al segundo avituallamiento para beber, recargar la mochila de hidratación y pasar el último control, pero no veía más que piedras, polvo, asfalto y cuestas. El del tablón que aparece en los maratones en el km “taitantos” me acompañaba y me estaba dando pero bien. Era el momento de pensar en otra cosa y decidí usar el comodín de la llamada para distraer la atención. Si no encuentras a nadie con quien ir a tu ritmo para apoyarte mutuamente, el teléfono móvil acerca a los amigos que están a 3000km. Y así fue! Dos de los tíos más grandes que conozco: Cesar y Roberto me acompañaron durante unos km en los momentos más duros: sin agua, con mucha sed, calor y unas severas sobrecargas.

 

Por fin en lo más alto de un pueblo, cuando ya parecía que no podían quedar más cuestas, allí había un oasis en forma de carpa con bidones de agua, bebidas y algo para comer. No sé cuánto bebí, pero fue mucho y recargué 1 litro de agua en la mochila para terminar los 6km más o menos que me quedaban y aún así volví a llegar sediento. La verdad es que pensaba que la parada sería mucho antes. Arrancar de nuevo fue lo peor. Si ya costaba correr antes, parar y empezar de nuevo me resultó muy duro. Sólo quedaba una última subida fuerte y una bajada fuerte hasta Las Palmas desde la que se veía el Auditorio junto a la meta y eso te daba un último empujón para acabar.

 

Y al final el pasillo de gente, una última curva para entrar en meta y a 100 metros el crono por fin marcaba 4:25:47.

 

 

ENHORABUENA MIGUEL! y muchas gracias por compartir tú crónica.

 

Pinchando sobre cualquiera de las fotos (o pinchando AQUI) podréis ver un precioso álbum de 568 fotos de esta fantástica prueba. Fotos: Alberto R. Cardona y Patxi Sánchez-Dehesa.

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